Lucha contra el mal.
- Monjes Trapenses
- 21 jul 2019
- 5 Min. de lectura

21 de julio del 2019.
Vuelvo al tema de la lucha contra el mal que es un problema tan evidente en la Venezuela de hoy pero que también está en el día a día de la tradición monástica desde el principio.
La vida de San Antonio abad, padre del monacato, fue una larga lucha contra el demonio, así nos lo relata San Atanasio de Alejandría, doctor de la Iglesia. Y San Atanasio ubica muy claramente la lucha de San Antonio en el contexto de la Iglesia y por lo tanto de la expansión del Reino de Dios. Cada avance de San Antonio en el desierto es una derrota del demonio y una expansión de Reino.
Para decirlo de otra manera: para Atanasio las victorias de Antonio en su vida personal eran victorias de la Iglesia que se plasmaban en el avance sobre el desierto para arrebatárselo al demonio. En esta lucha Antonio era mártir de su propia conciencia[1], según nos dice Atanasio, pero mártir con la Iglesia y para ella; tanto así que el Señor no le concede ser mártir de sangre como él deseaba y para lo cual se dirigió a Alejandría en tiempos de persecución[2]; lo que él vivía en el desierto era la misión del Reino que se le había encomendado[3] y para lo cual tenía el reconocimiento y apoyo del Patriarca de Alejandría, Atanasio. A lo que voy: no menospreciemos nuestra tarea en la Iglesia aunque algunos la menosprecian.
Pero no se trata sólo de la misión en y para la Iglesia, sino del proceso personal que está en el centro de éste. Uno de los elementos de la lucha que San Atanasio resalta es el intento del demonio de aterrorizar con apariciones, incluso a veces con violencia física[4], y debilitar con tentaciones[5]. Los monjes tenemos que esperar este tipo de cosa, el demonio es siempre el mismo, sutil[6] a menudo pero sin muchas alternativas contra nosotros, porque puede actuar solamente dentro del marco que Dios le tiene establecido[7]; él no es Dios, aunque le gustaría serlo, y trata de presentarse ante nosotros –para aterrorizarnos y desanimarnos- como omnipotente, pero no lo es.
Las principales tentaciones se ubican en torno a la lujuria y la soberbia, y la ira –otra tentación importante- es hija de la soberbia. En el fondo todas éstas son formas de una autoafirmación negativa, un intento de construirse a sí mismo, que no tiene posibilidad de realizarse porque se aísla de la realidad, en primer lugar de la propia realidad, de la propia fragilidad, y pierde el camino de la trascendencia en el que se encuentra la salvación; además, en nosotros mismos no tenemos la fuerza para construirnos a nuestro gusto.
Las armas del monje, como las maneja San Antonio, son la oración, el ayuno, las vigilias, la recitación de los salmos, la lectura de la Escritura[8]. La tradición benedictino-cisterciense no es diferente, aunque las interpretaciones de esa tradición puedan variar algo, también por su adaptación a los tiempos, y sabemos que esa adaptación es un principio en la misma Regla de San Benito.
Nosotros, dentro de esta tradición, continuamos nuestra lucha contra el mal, en el propio corazón y en el mundo que nos rodea, esto supone una ascética y una mística. María José Mariño[9], dice algunas cosas muy pertinentes para nosotros, al tratar del exorcista carmelita P. Francisco Palau; vale la pena citarlo, dice:
Se trata de su lucha contra el mal en el ámbito de la propia existencia, ése que halla en sí mismo y que le pone en contacto con el abismo de libertad que hay en su interior y con su propia fragilidad. Esta dimensión de combate espiritual es intrínseca a la existencia creyente[10].
Lucha contra el mal en la libertad y la fragilidad, algo que es siempre importante reflexionar y que he evocado muchas veces. Los padres del desierto no lo planteaban con este vocabulario pero era la misma experiencia abordada y expresada de diferente manera.
Dice con respecto al P. Palau que:
Está curtido por la férrea lucha reclamada por su afán de coherencia, por la búsqueda en la oscuridad, por el contraste de su realidad creatural ante la indescriptible grandeza de Dios que se revela. Son para él luchas “contra los demonios” en su propia carne[11].
El autor añade que: No se puede olvidar que el original místico exorcista es un hombre fascinado por el desierto[12]. El P. Palau recoge esta orientación de la tradición monástica primitiva.
El monje, hasta hoy, está enfrascado en esa lucha, lo sentimos, lo sufrimos, es parte de nuestra vida y reconociéndolo es posible enfrentarlo fructíferamente.
El autor dice con respecto al P. Palau:
Dios no actúa en el hombre sin él… Esto implica que, creciendo en la conciencia de ser cooperador y mediador, crece también la conciencia de que en realidad es Dios quien actúa, el único Salvador[13].
En nosotros los monjes y con nosotros se desarrolla la lucha contra el mal en el mundo; recordemos lo que dice San Pablo que tiene especial significación para nosotros hoy:
Nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los Soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio. Por lo tanto, tomen la armadura de Dios, para que puedan resistir en el día malo y mantenerse firmes después de haber superado todos los obstáculos[14].
Lo que San Pablo dice no son las especulaciones de un hombre que vivía en una cultura ya superada, es lo que él experimentó y lo que nosotros experimentamos. No hay duda que también hay acciones humanas que generan destrucción y causan el caos, lo tenemos ante nosotros mismos, pero están inspiradas por un mal que los trasciende y que forma parte del conflicto que tendrá resolución con el fin de la historia, es lo que el apocalipsis nos manifiesta[15]. No podemos ignorar esto y pensar que a la vez adelantamos la venida del Reino[16]. Somos frágiles y tenemos enemigos poderosos, pero tenemos a Dios con nosotros, tenemos a Cristo, aferrémonos a él, no antepongamos nada a su amor y tendremos asegurada la victoria.
Concluyo con un famoso texto de la primera carta de San Pedro:
Sean sobrios y estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos dispersos por el mundo padecen los mismos sufrimientos que ustedes. El Dios de toda gracia, que nos ha llamado a su gloria eterna en Cristo, después que hayan padecido un poco, los restablecerá y confirmará, los hará fuertes e inconmovibles. ¡A él sea la gloria y el poder eternamente! Amén[17].
P. Plácido Álvarez.
[1] N° 47, 1 Vida de Antonio por Atanasio, Editorial Ciudad Nueva, Madrid, 1995. Introducción, traducción y notas de Paloma Rupérez Granados. La traducción en esta referencia dice “martirio interior”, pero en realidad es de la conciencia, como aparece en otras traducciones. Y nota al pie de esta traducción usa la palabra “conciencia”
[2] Ibíd. n° 46.
[3] Cf. Ibíd. n° 41, 4.
[4] Ibíd. n° 9, 1.
[5] Ibíd. Cf. n° 21.
[6] Ibíd. Cf. n° 22,4.
[7] Ibíd. n° 29.
[8] Ibíd. n° 30.
[9] Mariño, María José, C.M., Servicio y liberación; el ministerio del exorcista según el P. Francisco Palau. Monte Carmelo, Burgos, 2003.
[10] Ibíd. p. 108-109.
[11] Ibíd. p. 109.
[12] Ibíd. p. 109.
[13] Ibíd. p. 108.
[14] Col. 6, 12-13.
[15] Cf. Apocalipsis 20, 9b-10. 14.
[16] Cf. 2 Pd. 3, 11-14.
[17] 1 Pedro 5, 8-11.
Comments