Lucha espiritual.
- Monjes Trapenses
- 4 ago 2019
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4 de agosto del 2.019.
El proceso espiritual de lucha contra el mal en uno mismo y en la sociedad, que he mencionado en otras oportunidades, tiene también el aspecto importante de identificación personal, o al menos solidaridad concreta, con los que sufren el mal, pero para nosotros desde el carisma monástico contemplativo.
El P. Mariño enfatiza este tema de la identificación en el caso del P. Palau, exorcista al que me he referido en el pasado, y creo que lo que dice resulta útil para interpretar nuestra vida monástica en las circunstancias que nos toca vivir en la Venezuela de hoy; más particularmente en referencia al voto de estabilidad, pero no sólo a él, sino ampliamente en relación con el proceso global personal de lucha espiritual, como ya mencioné.
El P. Mariño dice lo siguiente: La Iglesia-Esposa, sacramento de Cristo y Cristo Total, es quien tiene el poder sobre el demonio y lo ejerce a través de sus miembros de diferentes maneras[1].
Nosotros tenemos nuestra propia manera monástica, como he dicho, en el contexto específico definido por San Benito en la Regla interpretada por las constituciones hoy, pero esa lucha contra el mal es en la Iglesia y en la sociedad. Tenemos un carisma que es necesariamente eclesial y lo ejercemos al vivir auténticamente la vida monástica.
Pero quiero dar un paso más: hay una forma específica de tiempo y lugar que de cierta manera nos define, y esto no es extraño a la tradición cisterciense que ha vivido auténticamente su carisma en medio de muchas vicisitudes en la historia. Por su parte el P. Mariño dice: La dinámica comunional generada es de tal intensidad que vive asociado (se refiere al P. Palau) al destino de quienes padecen los embates del mal[2].
Nuestro voto de estabilidad nos asocia, por decirlo brevemente, a la Iglesia de Mérida y a la de Venezuela. Sabemos que las comunidades pueden trasladarse, incluso a otro país, o huir en ciertos casos, como durante la Revolución Francesa o la China, pero tenemos que tomar muy en serio y discernir el sentido de comunión en nuestro tiempo y nuestro lugar, con la gente concreta que viven en nuestras mismas circunstancias.
La fe en Cristo Salvador conduce al compromiso por la liberación y para ello a entrar en las oscuras zonas dominadas por el mal[3], nos dice el P. Mariño; se refiere a la labor del exorcista, pero nosotros podemos referirlo a la labor monástica. Venezuela en forma más bien extraordinaria es una zona dominada por el mal y nuestro trabajo monástico es parte de la lucha espiritual personal que influye sobre el ambiente externo, espiritual y material, y recibe su influjo.
Sin Iglesia y sin comunión con ella no podemos ser monjes, y desde nuestro carisma tenemos que desarrollar esa pertenencia que hoy en día incluye una lucha extraordinaria contra el mal en nuestra conciencia, en nuestra comunidad y en nuestra Iglesia. Estamos llamados a ser solidarios en esta lucha en la forma que el discernimiento monástico nos lo indique, y es un discernimiento de circunstancias concretas personales, comunitarias y sociales.
El pueblo sufre los embates del mal desde muchos ámbitos, incluso el directamente espiritual, como en la brujería, o la perversidad que se expresa de tantas maneras: delincuencia cruel, violaciones brutales de derechos humanos y ambición desenfrenada de dinero y poder que genera caos; detrás de todo esto está el espíritu del mal que odia a Dios y a la humanidad. Nosotros de diversas maneras somos también víctimas del mal desatado en nuestro país y luchamos contra él, porque nos afecta querámoslo o no; tratar de evadir esa lucha en nuestro espíritu no sería propiamente monástico, no sería fiel a la tradición.
Pero debemos reflexionar acerca de cómo enfrentamos ese mal. Por una parte podemos decir que lo hacemos viviendo auténticamente la vida monástica, con lo que eso significa de lucha espiritual personal, y también fidelidad a las exigencias diarias del trabajo y la oración en común, siendo además asiduos en nuestra lectio y entregados en nuestras relaciones comunitarias.
La sinceridad y la buena voluntad escasean mucho en la sociedad hoy, entonces nos toca ejercerlas como recepción de un gran don de Dios en nuestra comunidad. Vivir de esta manera se constituye en un testimonio y en todo caso efectúa una transformación que afecta positivamente el mundo.
En definitiva ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? Podemos tratar de ganarlo por muchos medios que nos quitan la vida verdadera. ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?[4] Sólo podemos dar la propia vida con generosidad. A veces nos preocupamos de muchas cosas y dejamos de lado lo único necesario[5]. Busquemos el Reino de Dios, dedicados verdaderamente a la vida monástica y todo lo demás se nos dará por añadidura[6].
P. Plácido Álvarez.
[1] Pp. 107-108.
[2] P. 108.
[3] P. 108.
[4] Mt. 16, 26.
[5] Cf. Lc. 10, 41-42.
[6] Cf. Mt 6, 33-34.
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