Lucha espiritual.
- Monjes Trapenses
- 29 sept 2019
- 4 Min. de lectura

25 de septiembre de 2019.
En el capítulo 7 de la Carta a los Romanos San Pablo aborda la realidad de la lucha espiritual en la cual estamos todos inmersos[1]. El contexto es su visión de la Ley y cómo ésta se inserta en la espiritualidad de la persona y por lo tanto en el proceso de la salvación.
Central a la lucha espiritual es el hecho de que queremos el bien pero nos cuesta hacerlo, encontramos en nosotros una resistencia que de cierta manera nos sorprende. San Pablo trata este tema a su manera, que no es siempre fácil de entender, pero que es importante explorar.
Lo que en nosotros se opone a nuestro deseo del bien, generando un fuerte conflicto, es el pecado, dice San Pablo: observo que hay en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y me ata a la ley del pecado que está en mis miembros[2]. Pero el pecado no exclusivamente como acto sino como tendencia hacia el mal. Identificamos en nosotros deseos opuestos, unos hacia el bien y otros hacia el mal, que a veces son difíciles de identificar claramente, pero que nos confunden, y pueden hacernos daño y a veces llevarnos a acciones contrarias a la voluntad de Dios.
Ni siquiera entiendo lo que hago, porque no hago lo que quiero sino lo que aborrezco[3], nos dice San Pablo. No entendemos, eso lo experimentaron los padres del desierto y es nuestra experiencia hasta el día de hoy. Obtener claridad es el desafío de la ascesis monástica, entender y vivir según lo que se nos va revelando.
Ese es el discernimiento que se apoya en lo que la ley manifiesta porque ella ofrece puntos de referencia; está Moisés con su Ley pero también la ley de la propia conciencia que tiene que estar iluminada por la fe, que tiene que dejarse iluminar por la fe.
San Pablo también dice en otra parte de la misma carta:
Cuando los paganos, que no tienen la Ley, guiados por la naturaleza, cumplen las prescripciones de la Ley, aunque no tengan la Ley, ellos son ley para sí mismos, y demuestran que lo que ordena la Ley está inscrito en sus corazones. Así lo prueba el testimonio de su propia conciencia, que unas veces los acusa y otras los disculpa…[4]
Si unas veces acusa y otras disculpas es porque existe un criterio que está por encima de la Ley, Ley que quizás formalmente se desconoce. Esto tiene sentido, incluso para cualquier pueblo, porque la Ley no es capaz de legislar para cada situación posible en la vida humana, menos aún en la vida espiritual, que es una experiencia mucho más amplia que un comportamiento externo legislado.
San Pablo identifica la resistencia en lo que él llama “la carne”, no hay que suponer que él rechaza el cuerpo como creación de Dios, sino que reconoce que en nosotros la resistencia se da en nuestra humanidad contaminada por el pecado y particularmente en lo que no trasciende este mundo y nos ata a él, oscureciendo nuestra visión de Dios y de Cristo.
Nosotros hacemos esta experiencia de sentirnos en un presente sin perspectivas, se nos cierra el horizonte vital y la Ley no puede liberarnos de esa situación, sólo Cristo y su Espíritu pueden. La Ley es un pedagogo[5] al decir de San Pablo, nada más, es el conocimiento de Cristo y su acción en nosotros lo que nos libera. Nuestra vida monástica está orientada a ese conocimiento y a la libertad que el Espíritu de Dios nos regala y que nos pone en posesión de la herencia[6] a la que el sacrificio de Cristo nos da acceso.
¡Gracias a Dios, por Jesucristo, nuestro Señor![7] Es en ese espíritu de acción de gracias que vivimos y en él avanzamos hacia Dios confiados en su misericordia.
P. Plácido Álvarez.
[1] Romanos 7, 14-25. Porque sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy carnal, y estoy vendido como esclavo al pecado. 15 Y ni siquiera entiendo lo que hago, porque no hago lo que quiero sino lo que aborrezco. 16 Pero si hago lo que no quiero, con eso reconozco que la Ley es buena. 17 Pero entonces, no soy yo quien hace eso, sino el pecado que reside en mí, 18 porque sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo. 19 Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. 20 Pero cuando hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que reside en mí. 21 De esa manera, vengo a descubrir esta ley: queriendo hacer el bien, se me presenta el mal. 22 Porque de acuerdo con el hombre interior, me complazco en la Ley de Dios, 23 pero observo que hay en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y me ata a la ley del pecado que está en mis miembros. 24 ¡Ay de mí! ¿Quién podrá librarme de este cuerpo que me lleva a la muerte? 25 ¡Gracias a Dios, por Jesucristo, nuestro Señor! En una palabra, con mi razón sirvo a la Ley de Dios, pero con mi carne sirvo a la ley del pecado.
[2] Romanos 7, 23.
[3] Romanos 7, 15.
[4] Romanos 2, 14-15.
[5] Gálatas 4, 1-2.
[6] Gálatas 4, 6.
[7] Romanos 7, 25.
ความคิดเห็น