Nosotros en el tejido de la Realidad.
- Monjes Trapenses
- 27 ene 2019
- 3 Min. de lectura

Nuestro ser es una concreción particular de la creación y nosotros la percibimos a ella desde esa perspectiva: la nuestra, que es necesariamente limitada; pero la realidad total, que es más que la creación porque incluye la misterio de Dios, es inabarcable por nosotros, pero no deja de hacerse presente y manifestarse de diversas maneras, dándonos a entender nuestra limitación y su propia naturaleza, que ni dominamos ni abarcamos.
El ser humano trata de superar su limitada perspectiva de varias formas, una de ellas es la ciencia y la tecnología que le permiten ver más allá de lo que sus sentidos solos pueden mostrarle, por ejemplo telescopios, microscopio, sondas espaciales, aceleradores de partículas etc. La inteligencia humana también busca deducir lo que no percibe directamente a partir de lo que percibe, o busca explicar sistemáticamente lo que está a al alcance de sus sentidos, o de éstos amplificados por la tecnología, que es lo que hacen la lógica, la matemática, física teórica etc.
Pero el tejido de toda esta realidad incluye no sólo los elementos materiales y las capacidades intelectuales sino también otros que podemos llamar espirituales; éstos también tienen una amplia gama y no toda ella está sencillamente a nuestro alcance conocer; todo esto dentro del tejido de la creación, y en ella captamos algo de Aquél quien la origina, como dice San Pablo:
Todo cuanto se puede conocer acerca de Dios está patente ante ellos: Dios mismo se lo dio a conocer, ya que sus atributos invisibles –su poder eterno y su divinidad– se hacen visibles a los ojos de la inteligencia, desde la creación del mundo, por medio de sus obras[1].
Pero también está la Revelación, y más importante aún que ella es el Misterio de Dios mismo que se ha hecho presente a nosotros en Cristo sin por eso quedar agotado[2]. Dicho de manera sencilla: Dios es más que su Revelación, es el que se revela para nuestro bien.
Todo esto exige de nosotros humildad y con ella una gran apertura para captar nuestro lugar en la creación y aceptar la vida en toda su riqueza, la que Dios le ha dado.
Tener conocimiento de esto significa que nuestra vida diaria se desenvolverá no como la de los animales sino como la de seres creados para conocer a Dios y adorarlo, libres y no prisioneros en una cotidianeidad opaca y sin sentido; claro que este conocimiento no está siempre en nuestra conciencia más superficial y cotidiana, pero no por eso deja de estar operante, y este conocimiento también puede generarnos las tensiones propias de saber que nos movemos en un ámbito desde muchos puntos de vista incontrolable y desconocido; caminamos en el Misterio y hacia el Misterio[3] y eso significa renuncia y confianza.
Pero en el fondo lo que se nos da a conocer es la Verdad que nos hace libres, como nos dice el Apóstol Juan[4], incluso dentro de nuestra propia limitación.
Somos parte del tejido gigantesco de la Creación y en él ocupamos el lugar privilegiado de ser imagen y semejanza de Dios[5], más aún, carne de la carne de quien siendo Dios se dignó venir a nosotros, asumiendo nuestra naturaleza[6].
En cada uno está el deseo de Dios que Él mismo ha puesto en nuestros corazones, ese deseo es parte de lo que somos y parte del tejido total de lo que Dios ha creado. Nuestra tarea diaria como monjes se realiza en este contexto amplio y rico, pero supone una búsqueda y requiere atención, requiere un despertar y una toma de conciencia, y eso requiere renuncia a nuestras ideas establecidas, requiere conversión. A esto nos llama San Benito y toda la tradición cisterciense: conversión para hacer la experiencia del Dios vivo, incluso en medio de las dificultades, y esa experiencia es la que va transformando el mundo para llevarlo a su plenitud.
P. Plácido Álvarez.
[1] Rm. 1, 19-20.
[2] Cf. Jn. 1, 18. Col. 1, 15. 1Tm. 1, 17.
[3] Cf. Jn. 14, 5.
[4] Cf. 8, 32.
[5] Gén. 1, 26-27.
[6] Flp. 2, 6-7.
Comments