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Pasión y amor.

  • Foto del escritor: Monjes Trapenses
    Monjes Trapenses
  • 11 nov 2018
  • 3 Min. de lectura


Talla del español Minñarro

11 de noviembre del 2.018.


La meditación de la pasión de Cristo en la cruz revela mucho acerca de la experiencia de la humanidad que él asume, particularmente acerca de lo que el sufrimiento significa en la liberación de la humanidad y en el desarrollo espiritual de cada persona; lo que significa en el proceso de la vivencia de una entrega radical basada en una fe sin límites.

La figura del crucificado nos llama a la contemplación de su absoluta impotencia e inmovilidad y el amor expresado allí. Clavado, está expuesto, sin defensa, y su capacidad para moverse o hablar reducida al mínimo. En estas circunstancias algo muy profundo sucede en el Señor en tanto que ser humano; hay un abandono plenamente aceptado, pero intensamente doloroso, que tiene las dimensiones de su amor por nosotros y por el Padre.

Sabemos que parte de la lectio divina es entrar profundamente en el texto que leemos y esto supone a veces hacernos presente a la revelación que se nos hace asumiendo, implícita o explícitamente, el lugar de uno de los personajes que aparecen en el relato. Por lo general asumimos el lugar de alguien que escucha o ve al Señor, pero a veces el Espíritu nos mueve a sentir con Cristo.

¿Qué significa para nosotros sentir con él? ¿Qué pasa si tratamos de ver lo que es la experiencia del Señor y lo que significa para nosotros, cómo nos afecta, y cómo nuestra propia experiencia puede revelarse en la de él? Me parece que en primer lugar sentir con él es sentir nuestra propia realidad, de ella tenemos que partir para encontrarnos con él y en él.

Debemos preguntarnos qué está haciendo el Señor en la cruz, no con preguntas teológicas formales –aunque éstas sean válidas-, sino tratando de entenderlo como persona, como ser humano, con verdadera empatía, y sin emociones superficiales. Al explorar con autenticidad nuestras propias dinámicas interiores podemos desarrollar una verdadera empatía que nos facilita la comprensión; de esa comprensión surge una parte de la teología[1]. La vida monástica se inserta en ese proceso profundo que el Señor vive y al cual nos atrae con su amor.

Hay algo en el proceso espiritual de cada uno de nosotros que se asemeja al de Jesús, porque él está viviendo un proceso humano, el proceso afectado por el pecado, aunque él no haya cometido pecado. Llegamos a experimentar nuestra limitación e impotencia pero nos damos cuenta que es parte de la realidad y del camino, como lo fue para el Señor, y en esa impotencia podemos encontrar el amor gratuito de Dios que se nos da en Cristo.

La contemplación de la realidad de Jesús expuesto en la cruz nos introduce en un ámbito que está más allá de las palabras, por lo tanto nos introduce en un profundo silencio; nos introduce en el misterio del Dios hecho hombre, muerto y resucitado, pero también nos lleva a entrar más profundamente en nuestra realidad que se refleja en la de él.

Las injusticias que se dan y se perciben en el mundo, y que a veces nosotros experimentamos en nuestras vidas, son una de las maneras, quizás la principal, que nos mueve a contemplar el misterio de Cristo crucificado. La injusticia, o lo que percibimos como tal, nos deja expuestos e indefensos en diferentes grados según las circunstancias, pero el Señor nos llama, por ejemplo en las bienaventuranzas[2], a encontrar ahí el amor de Dios.

De esta manera podemos meditar la pasión del Señor en nosotros mismos y en la humanidad; podemos así meditar su amor y dejar que nos impacte, y en eso hay una contemplación radical, que va al fondo de la realidad. Ese amor nos llena de esperanza pues aprendemos en esa contemplación que no se ama en vano. De esta manera nos movemos a través de la vida sin miedo, con la fuerza del Espíritu de Dios, pero en la pequeñez, sin prepotencia, como Cristo mismo.

La vida monástica, con su –así llamada inutilidad- nos lleva hacia esta posición, expuestos, indefensos, sin pretensiones, incluso vacíos, pero unidos íntimamente a Cristo en un amor exigente que trasciende las categorías de este mundo; es el amor de Cristo que nos transfigura.

P. Plácido Álvarez.

[1] La teología es un nivel secundario de comprensión en la medida que da palabra a la experiencia de Dios; es el logos “logos” (palabra) acerca del qeos “zeos” (Dios).

[2] Mt. 5, 1-12.

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