Principio y fin.
- Monjes Trapenses
- 24 feb 2019
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24 de febrero del 2.019.
Yo soy el primero y el último[1].
Estas palabras del Señor en el libro del Apocalipsis es bueno recordarlas especialmente en tiempos de tribulación, pero no sólo en ellos. Señalan la primacía del Señor que abarca la historia humana en su totalidad, pero también abarca nuestra historia personal, y es necesario recordarlo.
Adrienne von Speyr tiene una bella meditación que se desarrolla como oración que podemos hacer nuestra como monjes, ya que apunta a ese sentido profundo de la presencia del Señor en todo momento de la vida.
Ella le dice al Señor: Haz que comprendamos en la fe el sentido de tu palabra, que tú seas verdaderamente el primero en nuestra jornada y continúes siendo el primero y el último hasta nuestra tarde[2].
En definitiva esto significa interiorizar el sentido de nuestra vida, nuestra identidad y pertenencia que se fundan en nuestra relación con Cristo. Esto se cultiva en la oración y la lectio para desplegarse en nuestras tareas cotidianas.
Ella pide: Ocupa el primer y último lugar en cada uno de nuestros pensamientos, de manera que todo lo que pensemos esté impregnado de tu presencia y se transforme en oración[3].
Si hay un esfuerzo en nuestra vida debe ser éste, movido por la gracia desde luego, pero ¿Cuántas veces nos diluimos en el torrente de las cosas diarias, sean fáciles o difíciles? Tenemos que prestar atención al flujo del acontecer diarios; es necesario y posible guardar el corazón que hemos dedicado a Dios desde el principio del día, y esa guarda del corazón cambia nuestra percepción, también nuestros sentimientos y reacciones, nos hace movernos con mayor libertad y tranquilidad.
Nada es automático, lo sabemos bien, pero se va dando en la medida de la apertura a la gracia que nos hace tener el Señor como principio y fin de todo. Y esto es un proceso de formación, von Speyr apunta a ello al suplicar: Fórmanos Señor, forma nuestra fe, nuestra vida, de manera que en ella tú seas verdaderamente el principio y el fin. Extirpa en nosotros todo lo que no tiene su origen en ti y que no se dirige a ti, todo lo que nos impide seguirte[4].
Esta obra de formación, que ella expresa con sencillez, es intensa en la vida monástica. La ascesis tiene como meta extirpar todo lo que no tiene su origen en Dios, pero el origen y meta de la vida es el amor de Dios; ese amor también la fuerza que nos mueve, es entrega y plenitud adelantada.
La renuncia, la entrega y el amor se conjugan en una obediencia profunda para acoger la vida divina. Von Speyr concluye la oración con una súplica que podemos hacer nuestra:
Si tú eres el principio y el fin, tu obediencia al Padre vive en nosotros. Haz Señor que ofrezcamos nuestra obediencia a tu voluntad; danos cada día la fuerza de acogerte como el primero y el último. Tú que eres en el Espíritu el primero y el último Hijo para el Padre, permite que aprendamos de tu Padre, de ti, de tu Espíritu a reconocer siempre en ti nuestro inicio y nuestro fin. Amén[5].
P. Plácido Álvarez.
[1] Apocalipsis 1, 17. 2, 8. 22, 1.
[2] Esperienza di preghiera. Editoriale Jaca Book.2017. P. 109.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] Ibíd.
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