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Revelación en las tinieblas.

  • Foto del escritor: Monjes Trapenses
    Monjes Trapenses
  • 17 nov 2019
  • 3 Min. de lectura



17 de noviembre 2019.


Nos gusta experimentar la luz y la belleza y eso está bien, a veces podemos, se nos da esa gracia, pero a veces tenemos que asumir movernos en la oscuridad, entonces tenemos que entender cómo vivir en esa situación.

A mí me ayuda lo que tiene que decir el P. Francisco Palau en el contexto de su atención a los endemoniados, los posesos que en esa época llamaban energúmenos, y la reflexión sobre el mensaje del Libro del Apocalipsis. Sobre ambas cosas me han escuchado, pero sería bueno poder profundizar en la perspectiva del encuentro con Dios en la oscuridad.

Para el P. Palau el misterio de Cristo se revela plenamente en los posesos, en los que sufren, en los débiles y es allí donde se da su contemplación; esto no quiere decir que él descarta tiempos de silencio y soledad contemplativos, todo lo contrario, cuida esos tiempos, pero la contemplación lo lleva a penetrar en el misterio de Cristo que se manifiesta en los más débiles y en su propia vida.

La oscuridad y el mal son ámbitos de lucha y revelación, sabemos que son de lucha, pero a veces se nos olvida que son de revelación. Podemos pensar en Jacob que lucha con el ángel[1], o en Job, pero sobre todo en la cruz de Cristo en la que se revela la inmensa misericordia de Dios.

Como sabemos el Apocalipsis aborda este mismo problema pero al nivel de una conflagración universal, al nivel de los grandes procesos históricos, pero en el fondo es el mismo problema: el del mal y cómo hacerle frente y qué tiene que ver con la contemplación de Dios, y cómo es necesario contemplar a Cristo en la cruz y en la promesa de su retorno glorioso.

Nuestra experiencia es a menudo de oscuridad, a menudo de debilidad, y en esas circunstancias tendemos a desorientarnos cuando en realidad debemos de abrir más los ojos, debemos contemplar, para ver el fondo de la realidad, debemos hacer más silencio para escuchar.

En nuestra experiencia la luz y las sombras se alternan, y así nos revelan nuestra debilidad. Entonces nos damos cuenta que no tenemos la fuerza necesaria para enfrentar el mal que habita en nosotros y en la historia, que no controlamos el curso de nuestras vidas y de la historia, pero también descubrimos que tenemos una responsabilidad que no podemos ignorar.

Esta realización puede generarnos mucha angustia porque vivimos una aparente contradicción entre la debilidad y la responsabilidad, entre lo que se nos pide y lo que sentimos que podemos realizar, pero es en ese punto donde el abandono nos abre a la gracia, gracia por una parte del perdón y por otra de la transformación que nos conforma con Cristo.

En esta situación empezamos a descubrir las dimensiones del amor de Dios y empezamos a vivir desde ese amor, no desde nuestro ego con la pretensión de una independencia imposible, se nos hace patente que no somos Dios pero sí sus hijos amados.

La rebelión es siempre posible, lo vemos en satanás y en Adán y Eva, porque la libertad no está nunca anulada, pero también descubrimos la belleza y felicidad de una libertad que le dice a Dios y a su designio salvador, y es lo que vemos en Cristo cuando acepta la cruz y en María cuando acepta la encarnación.

Nosotros estamos llamados a ese sí que nos libera y nos salva, que nos da la salvación y al felicidad, y las tinieblas no pueden apartarnos de ese sí; vivimos la vida monástica desde esa convicción.

P. Plácido Álvarez.


[1] Génesis 32, 25-30.

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